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miércoles, 4 de febrero de 2015

Presentación en la Casa del Libro y reseña en La Tormenta en un Vaso

Mañana, jueves 5 de febrero, os espero en la Casa del Libro de la calle Fuencarral, en Madrid, para una nueva presentación de "Mortífero, ingenuo y transparente", esta vez a cargo de la poeta Rebeca del Casal (podéis leer su reseña de mi libro en la anterior entrada de este blog):



Aparte, hoy he recibido una estupenda noticia: otra reseña del poemario, esta vez de la mano de Nabor Raposo en el blog La Tormenta en un Vaso. Os dejo el enlace para leerla completa, y debajo un extracto que no puedo resistirme a resaltar y compartir aquí con vosotros, dado lo acertado que me parece si tengo en cuenta lo que quería expresar con el poemario:

http://latormentaenunvaso.blogspot.com.es/2015/02/mortifero-ingenuo-y-transparente-maria.html


Nada podría entenderse, además, sin la figura materna, omnipresente a lo largo de todo el poemario: madres retratadas en la disyuntiva entre la pasión y el deber, el castigo y el beso; la figura de la madre encarnada en el útero protector del mundo, la mano que guía el paseo, el camino recto del que nadie ha de desviarse –«Y las madres verdosas lo prohíben./ Pero el mar son espasmos de medusa»–. La voz del poema se reafirma como una invitación al desapego, como un rechazo a la corriente natural en busca de la única verdad posible, léase belleza, poesía, o en términos más ambiguos o filosóficos, sabiduría. El manto protector de la madre aparece instrumentalizado como matáfora de la ceguera universal, y la autora emplea la poesía para condenarlo sutilmente, con más audacia y valentía que conmiseración: «Su mano, entre la almohada y mi cabeza,/ cuando duermo despacio se estremece./ No quiere que distinga la belleza.». Muchos de los poemas de María Solís contienen esa rebeldía taciturna, muy cercana a la traición, cuya forma se aproxima al grito ensordecedor ahogado en un silencio insoportable: se ve –«El río te parodia fácilmente”, en referencia a Narciso–, se huele ––“tiene algo de autopsia/ la mesa del almuerzo»–, se paladea –«El lector fija los ojos en el ave y le devuelve el guiso con el puño: demasiada sal, demasiado calor o demasiado tarde»– e incluso llega a tocarse –«e imaginan la zambullida del marino/ en el agua que hierve de urticaria»–. Pero jamás se escucha.