viernes, 1 de noviembre de 2013

VOCES DEL EXTREMO / MADRID 2013: HORARIO “VOCES DEL EXTREMO – MADRID 2013” (Poesía ...



Mañana 2 de noviembre, a las 17h, recitaré dentro del ciclo "Voces del extremo - Madrid 2013: Poesía y resistencia".

Os dejo el vínculo donde podéis informaros sobre el lugar del encuentro, los horarios y los poetas participantes (os dejo la noticia con un día de retraso dado el estado de mi ordenador, que aún hoy sólo me ha permitido publicar esta entrada enlazándola desde el blog de "Voces del extremo" y no directamente desde el mío):

VOCES DEL EXTREMO / MADRID 2013: HORARIO “VOCES DEL EXTREMO – MADRID 2013” (Poesía ...: HORARIO “VOCES DEL EXTREMO - MADRID 2013” (Poesía y resistencia) JUEVES 31 DE OCTUBRE: 19'30-21'30 h.: Mesa...

También "habemus" libro. Amargord Ediciones ha publicado la siguiente antología:

http://amargordediciones.es/producto/voces-del-extremo-antologia-vvaa/

Y, para el que quiera más, un artículo en Metrópoli:

http://www.metropoli.com/salir/2013/10/30/5270ee9763fd3de80b8b456b.html

domingo, 22 de septiembre de 2013

25/9/13: Recital de la antología "Último Ahora" en el Ateneo de Madrid

Lectura de la antología "Último Ahora", esta vez en el Ateneo de Madrid (Calle Prado, 21).

Tendrá lugar este miércoles 25 de septiembre, a las 20h en la Sala Nueva Estafeta.

Recitaré junto a Deborah Antón, Marisol Huerta, Antonio Rómar, Sebastián Fiorilli, Ana Isabel Trigo, Paz Hernández, Nares Montero, Diana García Bujarrabal y Jesús Urceloy, quien también presentará el acto.

Os esperamos, hermosos, que el verano se ha terminado y con el otoño empieza la nueva temporada de recitales.

viernes, 14 de junio de 2013

"Último Ahora" con diablos y de malanoche

Volvemos a presentar la antología "Último Ahora", esta vez circundados -que no circuncidados, aunque cualquier cosa puede ocurrir- por Diablos Azules. Será este sábado día 15, a las nueve de la noche (aviso tarde, lo sé, pero estos meses he estado saltando tanto de recital en recital -cual rana u oca- que juzgué pertinente frenar un poco el acoso):




Para incitaros, pues mi intención no es otra, os dejo aquí el enlace al programa de radio "Malanoche", dedicado por Toño Jerez a la antología. No hay largas entrevistas, análisis profundos, ni nada parecido: simplemente, un poema de cada uno, con la esperanza de que comencéis a salivar.

http://malanocheblog.blogspot.com.es/2013/06/ultimo-programa-emitido-070613.HTML

lunes, 3 de junio de 2013

El poeta crea el mundo. (Algunas notas sobre la lectura de “Mortífero, Ingenuo y Transparente”, poemario inédito de María Solís Munuera). Por Juan Hospital.

El viernes 31 tuve el privilegio de ser presentada por el poeta Juan Hospital en el recital del Espacio Reina 37. Os dejo aquí el maravilloso texto que me dedicó. Juan, no me cansaré de darte las gracias ni de leer estas palabras. Los que te escuchamos estamos deseando oírte recitar el mes próximo.


"Alguien dijo que acercarse a la poesía es como enfrentarse a una lengua extranjera. En un primer momento, puede suceder que nos asalte la necesidad de traducir a un término preciso y racional, lo que supuestamente el texto comunica. Si se logra superar esta primera inseguridad, esta inicial necesidad de certidumbre, entonces es posible la vía de la comprensión, el camino que puede conducirnos a un diálogo abierto con la gran razón del cuerpo, ese lugar donde todo acontece, donde nada es fijo y sólo hay devenir.

Es posible entonces observar cómo María muda de piel y la abandona, y ahí queda, al alcance de otros, al alcance de quien quiera hacer uso de ella; o cómo, con la honestidad del científico absorto ante un descubrimiento relevante, nos muestra su sangre, y en una especie de ritual inocente y fascinado juega con ella, la mezcla con el barro y la comparte.

María es entonces la piel que crece, se desprende, y deja de ser suya; es la piel que hierve de urticaria bajo el agua plagada de medusas; es la piel bajo el vestido donde el mundo  ignora que ha penetrado una griega,  y sigue anoréxico su curso entre las ruinas.

Es el lenguaje del cuerpo el que habita los poemas. Un lenguaje que en los versos de María, parece limitarse a veces al enunciado de los hechos, a la aparentemente aséptica descripción. Por momentos pudiera parecer que estemos asistiendo a una ficción, que ante nosotros discurra la secuencia de una escena cinematográfica. Pero nada más lejos de la realidad. Es el poeta quién coloca la cámara, capta el mundo y nos lo muestra. No hay lamentación, súplica o desafío de un yo lírico afectado, es cierto, y tampoco hay necesidad de ello. Pero es un poeta, no hay duda, quién formaliza con precisa contención emocional el mundo. Un mundo que lejos de serle ajeno, más bien le pertenece. Y es precisamente esa mezcla de íntima vivencia y aparente asepsia del lenguaje, lo que a mi entender dota de una grandísima fuerza expresiva a los poemas de María.

No es, y sí es, la realidad la que aparece en el poema. No hay reflejos. La vida se detiene en la memoria del poeta y entonces es presente. Es como diría Nietzsche experiencia dionisíaca del mundo, afirmación de la vida, pura creación, eterno retorno que deja de pensar el pasado como fatalidad o el futuro como meta. Es la inocencia, por ejemplo, de Santa Úrsula soñando eternamente que en el supermercado venden niñas, inocentes niñas en el estante, o bajo la falda de quien corre eternamente a comprarlas.

No hay poesía masculina o femenina. No tendría sentido diferenciar la poesía en función del género al que pertenece el autor. El género no es más que una convención temporal, un rol culturalmente asignado. Y la evidente diferencia biológica entre el hombre y la mujer no justifica la arbitraria diferencia de géneros. Pero lo queramos o no el estereotipo del género que hemos asumido o contra el que nos revelamos nos conforma. Y María se revela. La voz que escucho en sus poemas es la voz de una mujer comprometida. Una mujer abanderada de sí misma y de las mujeres que la han precedido. No en vano inicia el poemario con las palabras de Rilke que transcribo: “madre mía querida: estate orgullosa: llevo la bandera, no tengas pena: llevo la bandera, quiéreme: llevo la bandera…” Y me aventuro a augurar que esa bandera ondeará muy alto, y lo digo apoyándome en la especial sensibilidad y valentía con la que María Solís expresa y nos regala sus vivencias.

El poema en María es la gran mamá nocturna o la mamá que mete espejos en el pavo, la mamá que mastica o la madre verdosa que prohíbe, la higiénica codicia de la madre o la mujer que escupe el barro, la giganta en la vitrina o la mujer asocial, la madre que ha  cambiado su leche por saliva y con limpieza genética da continuidad a la insoslayable tradición mamífera.

La poesía va más allá. No es política pero no puede dejar de serlo. La vida histórica y social distorsionada por el lenguaje poético queda en suspenso y es nombrada. Aparece con angustia, por ejemplo, en el ritmo firme y disciplinado de ese grupo de “hermosos” fascistas que recorren la Gran Vía, que están viniendo hoy, ahora, amenazantes, hacia nosotros.

El poeta no es un espíritu puro, ni un iluminado. Su lugar no está fuera del mundo. Es un rebelde. Un rebelde que se niega a ser domesticado. Y quizá no haya mayor rebeldía que cuestionar el lenguaje, el propio fundamento del ser humano, uno de los más poderosos instrumentos de coacción. Y en los poemas de María el lenguaje es cuestionado y recreado.

Una vez oí decir a Gamoneda que la primera palabra que el hombre pronunció necesariamente tuvo que ser una palabra poética. El lenguaje es metáfora aunque lo hayamos olvidado. Pero el poeta no olvida y lo recrea. Y María transgrede como todo buen poeta las convenciones del lenguaje, y habla por primera vez.

Es mi deseo que estas palabras, muchas de ellas suyas, sirvan para hacer extensivo el placer que he experimentado con la lectura de este poemario, que si no hay cambios llevará por título “Mortífero, ingenuo y transparente”, y que espero pueda ver pronto, para satisfacción de todos, la luz.

Me gustaría acabar con el primer verso del poema titulado “Desahucio (o piel)”, al que  ya he hecho referencia, y  que dice así: “con orgullo, afirmo que mi piel me pertenece”. Y me atrevería a decir estableciendo un paralelismo con ese primer verso que con enorme agradecimiento afirmo que tu piel, ahora, también me pertenece.


Muchas gracias María."



Juan Hospital


Madrid, Mayo de 2013

sábado, 18 de mayo de 2013

Reseña de "Último Ahora" en Ariadna-RC

 
 

 
 
Álvaro Muñoz Robledano reseña para Ariadna-RC la antología "Último Ahora", en la que participo junto a los siguientes poetas: Jesús Urceloy, Marisol Huertas, Déborah Antón, Antonio Rómar, Sebastián Fiorilli, Ana Isabel Trigo, Diana García Bujarrabal, Begoña Moreno-Luque, Iago Chouza, Paz Hernández Páramo, Nares Montero, María Eloy-García, José Antonio Rodríguez Alva (también antólogo) y Juan Carlos Mestre.
 
 
"María Solís (...) exprime la racionalidad de los contratos sociales, estéticos y sentimentales que nos rodean, pues es imposible que la primera del singular que utiliza no ataña a cualquiera que ronde por las calles. Sus poemas gritan el mercantilismo que impregna lo más íntimo de nuestra cultura, los sentimientos inmóviles a pesar de ellos mismos, como la morrena de un glaciar llamado economía."  
 
 
 

lunes, 22 de abril de 2013

XII El cero también es par

Foto y cartel de Rocío Álvarez Albizuri
 


Sí, otra vez, no os dejo descansar: este jueves 25 recito junto a Pepe Ramos, Iñaki Carrasco y Rocío Álvarez Albizuri en La funda.mental de Lavapiés (antes Cuchuffo).

Aquí os dejo poemas de mis compañeros:


Camarero, hay una emoción en mi sopa 

Preservativos.
Una nacionalidad.
El cinturón de seguridad.
Gafas de sol.
Un plan de jubilación.
Cremas de protección solar.
Zapatos.
Dos apellidos.
Un más allá.

Señores pasajeros:
hacen lo correcto
al recubrir sus corazones
con varias capas de barniz.
Hacen bien al vacunarse
contra lo imprevisto.
Nos asombra su cautela;
su perfecta estrategia
contra el resbalón.
Pero si miran por las ventanillas
aún podrán ver pasar la vida.

Pepe Ramos
 
 
 
Pequeños holocaustos sin importancia
 
Acaba de sonar en mi móvil una alarma que dice
hoy a las seis de la tarde comienza el deshielo de los polos
Una nota en el frigorífico recuerda que
el próximo jueves está previsto que se desate
la hambruna definitiva
Pienso en ello mientras reparo
en un post-it sobre el escritorio, al lado del  portátil
en el que advierte que será esta mañana, sobre las once
después de la hora del café
cuando cientos de funcionarios salgan a la calle
y entreguen a todos los extranjeros, sin distinción de raza
nacionalidad o color de piel
en un sobre verjurado con solapa autoadhesiva
conteniendo en papel timbrado de ciento diez gramos
la orden de extradición
Mi agenda de sobremesa semana vista apunta
que de aquí al martes
todas las especies en peligro de extinción
incluyendo el albatros Ámsterdam, el gorila de montaña y el Liquen de Felt boreal
habrán desaparecido
Y en mi cabeza algo dice
no pasa nada
pequeños holocaustos sin importancia

Iñaki Carrasco González
 
 
 
 
Animales miméticos
 
"En cada aposento
el mundo tiembla,
la vida engendra algo
que asciende hacia los techos"
Antonin Artaud
 
 
Yeso. Calcita. Fluorita. Cuarzo.
 
Llegó la hora de lanzar crisoles amarillos.
 
Píntame con diamantes indianos las manos
 
y salgamos a bailar.
 
Rocío Álvarez Albizuri

 


domingo, 14 de abril de 2013

LA VIDA COMO PASTRAFOLA o EL CONSUELO DE UN HOMBRE ES SU PANTUFLA

En su novela "El hijo de Gutemberg", Borja Delclaux se sirve de la historia de dos personajes en torno a unas pantuflas para indagar acerca de un posible sentido de la vida a través de la risa y el dolor. Dos conceptos no tan lejanos, como él escribió en su primer libro: " Todo aquel que ha sufrido una operación de estómago sabe lo que es decir: sólo duele cuando me río".

 

"Padre nuestro que estás en los cielos, ... quédate ahí". Así comienza la oración de Jacques Prévert que se reza en una de las reuniones Dadá de la novela y que bien podría haberse aplicado al conocer el fallecimiento de este prometedor autor en 2006, con tan solo cuarenta y ocho años y dos obras en el mercado. Este "Papaíto, déjanos en paz" -por expresarlo de un modo educado- marida perfectamente, en este literario caso, con el manido e hiperbólico "Siempre nos dejan los mejores". No es que uno desee que desaparezcan de este modo los menos talentosos, pero la calidad de la poca obra publicada -y filmada- de Borja Delclaux nos permitía jugar con inteligencia a los augures y esperanzarnos, en cuanto a la literatura española actual, respecto al desarrollo y buen trabajo de suertes sin trillar. No en vano fue el ganador del I Premio de Narrativa Lengua de Trapo -audaz y atinada editorial que no se arredra ante los riesgos de lo nuevo- con Picatostes y otros testos, obra de difícil si no imposible clasificación (mezcla de aforismos, máximas, recuerdos, reflexiones, etc.), que hizo que le emparentaran con una posmodernidad calibre Vila-Matas. En El hijo de Gutenberg, novela en toda regla, la originalidad no falta, sin embargo se amasa con otras artes distintas al amalgama de géneros.


 
"Nosotros nos quedaremos en la tierra, que es tan bonita", continúa la imprecación de Prévert. Puede pensarse que para aceptar esta parte de la blasfémica plegaria hace falta forzar las máquinas, meterle la quinta al mecanismo de negación, a la facultad de la ironía -o incluso del sarcasmo- o al grado de aceptación del mejor de los filósofos. O ser dadá, surrealista y/o estúpido. Quizás inteligente o quizás haya que cambiar el adjetivo "bonita" por uno no tan preciosista pero sí positivo o al menos esperanzador. O solo consolador. Estas posibilidades y otras, engañosas o aparentemente acertadas, por ese orden, se encuentran en la novela, donde no se busca tanto una imagen estética de la vida como cierto sentido. "ESCUCHO a alguien lamentarse de que la vida no tiene sentido, como si acabara de enterarse, como si fuese noticia" era uno de los picatostes del primer libro de Delclaux. Habrá, entonces, que construir ese sentido, o abandonar esa quimera y en vez de buscar un significado encontrar un valor -y afortunado sea el que lo haga-y perseguirlo por medio del sentido de las acciones, que se acercarán más a él nunca por medio de la mera razón sino mediante la intuición o el impulso, como en el caso de los protagonistas de la novela. Siempre de la mano de lo que la gran dama estadística calificaría como absurdo, y que en realidad puede resultar de lo más sensato.

 

Comulguemos o no con el espíritu de desenlace de la novela ante tal disyuntiva, lo que es seguro es que tanto en el desarrollo como en el fin queda un gran espacio abierto para la reflexión: ante unos únicamente en apariencia fáciles construcción y tratamiento, sin exhibiciones megalómanas de pretensiones de profundidad -lo que se agradece- se escarba en la llaga de palabras capitales: vida, muerte, consuelo, amor, amistad, arte, rebelión.

 

Para tan nobles fines Delclaux utiliza dos personajes lo más alejados posible de la épica: un administrador de fincas y un contable. Sería complicado encontrar dos profesiones  más retadoramente grises para construir una historia tan imaginativa como la que Delclaux, a partir de un material tan rutinario, consigue.

 

Estos personajes, que ya se conocen en el ámbito de sus trabajos oficiales, el de la seguridad y la cómoda modorra de las cifras que cuadran, se redescubren en un entorno insólito: una reunión Dadá que celebra la muerte del dadaísmo, la rebelión, el cuestionamiento de todo, incluso de Dadá. Y lo hacen a partir del momento en que ven al otro mirar algo que creían imposible que pudiera captar su atención: unas pantuflas. Estos seres con calcetines voluntariamente desparejados, con colores que ni siquiera combinan, se cruzan -pues Dadá es una vida sin paralelas-, y sin recurrir al ajado mito de las mitades que se buscan y al encontrarse se complementan, podría concluirse que dos enteros en latencia se reconocen, se contemplan como espejo o alter-ego -ocurre literalmente al principio de la narración- capaz de comprenderles y de suministrarles los elementos de los que carecen, o al menos ayudarles a encontrarlos, y gracias a ello pueden avanzar y encontrar un sentido - o un valor -al camino que cada había iniciado por su cuenta aunque sin saber por qué. "Cómo podríamos conocernos si no fuera por los otros", alguien, más o menos , dijo. Y uno de los personajes lo remarca: "Solo no entro, pero acompañado me crezco."

 

Para lograr sus fines Borja Delcraux se sirve magistralmente no sólo de sujetos sino de objetos en una sucesión de perfectos correlatos e incluso de intervenciones directas, como un hilarante pero significativo diálogo entre un par de pantuflas. Objetos, pues, con vida, en este Cascanueces para adultos con otras reminiscencias hoffmanianas ( un terrible hombre de arena en forma de linotipia) e incluso hebreas (un gólem nacido del metal) pero con visos de bondad o, al menos, con el cuestionamiento del teatro del absurdo, que trae a los monstruos a un nivel que no puede ser más real.

 

No cabe olvidar, por otro lado, el universo dadaísta que acontece explícita e implícitamente en la novela: ¿y qué es Dadá? Ni Tristan Tzara pudo -o quiso- definirlo, lo que la convierte, entre otras razones, en una buena imagen de la vida. Dadá no es nada. Dadá lo es todo. Dadá va contra todo, incluso contra Dadá. Es el replanteamiento continuo, lo mismo y su contrario. Es algo, desde luego, difícil de aprender y, lo que es muy relevante en esta novela: "la danza de los impotentes de la creación".

 

De este modo, con la seguridad de un ejecutor que necesita pocas balas, Borja Delclaux acierta con los recursos estrictamente necesarios, sin miras mayestáticas o efectistas, en esta novela prácticamente redonda, a la que se le puede reprochar muy poco: en los primeros diálogos entre los dos personajes protagonistas las intervenciones se confunden, la forma de expresarse no define los diferentes caracteres y, por otro lado, en la estructura en tres parte se asigna demasiada extensión a la segunda, correspondiente a la explicación de la vida de uno de los dos personajes, con lo que en conjunto parece que se le da más contundencia de la debida.

 

Al margen de esto, nos queda, en suma, una obra de alto nivel de un talento al que se le truncó la  posibilidad de alcanzar mayores cotas y que ya en su primer libro intuía dónde estaba: ""La vida es una pastrafola", leo en un grafitti del metro. No tengo ni idea de lo que significa, pero tengo la impresión de que por ahí van los tiros".

 

 

 

domingo, 31 de marzo de 2013

Presentación de la antología "Último ahora"

Os invito a la presentación de la antología "Último ahora" (Izana Editores), realizada por José Antonio Rodríguez Alva, en la que participo junto con otros catorce poetas.
 
El evento tendrá lugar el lunes 1 de abril en la Sala Clamores (Calle de Alburquerque, 14, 28010 Madrid) a las 19.30. Se ruega puntualidad, pues habrá sorpresa escénica.
 
Aparte de ella, tendremos preparados dos alicientes:
 
1: Juan Carlos Mestre, también presente en la antología, como gran broche final.
2: Se repartirán hostias. Literalmente.


 
Cartel de Begoña Moreno-Luque
 
 
 
 

domingo, 17 de marzo de 2013

Poemas en Tendencias21


Fotografía: María Solís Munuera
 
 

 Dos de mis poemas en el blog "Valentinos", de Viktor Gómez Ferrer, en Tendencias21:

Muchas gracias, Viktor, por tu interés en mis poemas y tus palabras.


domingo, 10 de marzo de 2013

La vaca



Hemos divinizado a nuestras madres.
Queremos ser felices para siempre.


Animal negro
maquillado por la mano cubierta del payaso.
La cal y la ternura.

¿Qué hay bajo el sudario de la novia?
Tienes el hueso oscuro, del origen
arterias y el estómago.
Solo yeso en la piel y nuestra parte
del globo de tus ojos.

A veces, por los poros, se te escapa el túnel.
Nos parece anacrónico, tragamos
el tono de la leche de los ciegos.

Esta ubre que ulula empellejada con polvo y arrozal
conoce la montaña.
La mira cada día de cara a la pared.

Su cornea alcóholica, que intenta de reojo,
ha sido aleccionada con la sal.

Se mueve según lo que nos queda.

domingo, 3 de marzo de 2013

La iguana






Con tierra en los bolsillos
habíamos planeado ser decentes:
bestias que montan a príncipes valientes.

Pero, por la ventana,
la calle ha puesto polvo en las palomas,
del peine y en el traje uso las comas
y el grito en el tejado muerde lana.

No recuerdo a la iguana.
Con tierra en los bolsillos
la noche fue la carne de los grillos.

domingo, 20 de enero de 2013

Sobre "La cinta blanca", de Michael Haneke



"Habrá que buscar una jaula para el herido", le dice el pastor (de almas) a uno de sus hijos en esta película. Y aunque el herido sea un pájaro y lo tenga en sus manos un niño con una de las caras más entrañables que ha dado el cine, la frase provoca la paradójica por lenta sacudida propia de la obra de este autor. Es el punto final de una escena que se ha desarrollado con ese regusto turbio de Haneke que se toma su tiempo en las papilas y acaba, como no podía ser de otra manera, en el estómago: el páter familias ha adoctrinado a su hijo, con tempo de sermón, sobre el imperativo de la cautividad desde el origen para que esté, digamos, legitimada. Avícolamente hablando, se supone.


“La cinta blanca” cuenta los extraños acontecimientos que tienen lugar en un pueblo alemán en la época inmediatamente anterior a la I Guerra Mundial (el asesinato del príncipe de Sarajevo tiene lugar prácticamente al final de la película): una serie de acciones violentas que conforme se suceden toman la apariencia de castigo ritual, desconcertando a los vecinos del pueblo. A partir de estos hechos se nos intenta mostrar la atmósfera que reinaba en Alemania cuando los que estarían en la veintena o la treintena  en el estallido de la IIGM, habiendo crecido a la par que el ascenso nazi, eran solo unos niños o adolescentes. Haneke, retrotrayéndose unos años, deja de lado las consecuencias de las exacerbadas condiciones económicas impuestas por la Paz de Versalles, la desesperación del desempleo, la inflación, el hambre, en el pueblo alemán, así como los sentimientos de exaltación teutona salvadora que surgieron a la par y nos muestra otro factor –no excluyente- como posible factor de los acontecimientos futuros: el clima asfixiante, la opresión –sexual, religiosa, económica, la que se les ocurra- que vivieron en la etapa más maleable los que después serían asesinos, cómplices, delatores, entes silentes o incluso detractores y víctimas.


Y es que, por desconcertante que nos parezca, por inimaginable que se nos antoje, los nazis no salieron del útero materno con metro ochenta, esvástica y abrigo gris: fueron bebés, niños quizás abrazables –hay de todo-, lo que ilustra con una perfección sarcástica –aunque cuenta con más lecturas- el poema “Primera fotografía de Hitler” de la fallecida escritora polaca Wislawa Szymborska, premio Nobel de Literatura en 1996, del que les dejo aquí unos versos para ilustrar la crítica y, de paso, homenajear a una de las mejores poetas del siglo XX (y del XXI, aunque fuera por poco tiempo):


¿Y quién es este niño con su camisita?
Pero ¡si es Adolfito, el hijo de los Hitler!
¿Tal vez llegue a ser un doctor en leyes?
¿O quizá tenor en la ópera de Viena?
¿De quién es esta manita, de quién la orejita, el ojito, la naricita?
(...)

Antes del parto, su madre tuvo un sueño profético:
ver una paloma en sueños, será una buena noticia;
capturarla, llegará un visitante largamente esperado.
Toc, toc, quién es, así late el corazón de Adolfito.



Sin embargo, como ha señalado el cineasta –y su cinta le da la razón – limitarse a una posible explicación o ingrediente para el caldo de cultivo del nazismo nos pondría en la misma posición que las mulas (por lo de tirar de frente -la comparación es mía-). Entornos similares han existido en otros lugares con parecidas consecuencias (de núcleos de población de diferentes tallas a familias monoparentales o parejas) y, teniendo en cuenta la filmografía del director, no puede obviarse que esta película es otro cuestionamiento sobre el ejercicio de la violencia: en otros casos, como en “Funny Games”, se suponía, y subrayo el suponía, que era gratuita y nacía de la nada. Aquí se busca explícitamente su origen y razón –que no justificación, no se asusten-, teniendo muy en cuenta los peligros del adoctrinamiento que persigue un ideal como absoluto. Ampliando el círculo, podríamos decir que el cine de Haneke nos habla sobre aquello que hemos tenido a bien llamar el mal. ¿Qué ahora le toca a los nazis? Perfecto, al diablo le sienta bien el traje.


Cuenta el cineasta, para su propósito, con una baza que sirve tanto para atraer público al cine como para plantearse unas cuantas preguntas (lo que alejará a los buscadores de morbo en bruto): el desasosiego y atracción que produce la maldad infantil, el niño como posible sospechoso, del que ya se ha aprovechado largamente el séptimo arte. Posee esta película escenas que recuerdan –fuera el propósito del director o no- desde a la infante angelical de “La mala semilla” –que operaba en solitario-, pasando por cintas de serie B como “Los chicos del maíz” – quienes compartían con los hanekianos la obediencia a un plan divino y la cercanía a las bíblicas cosechas (las escenas con sombras infantiles y amenazadoras tras las ventanas parecen un tributo directo), el terror patrio de nuestro Narciso en “¿Quién puede matar a un niño?" –con niños insulares que pretendían vengarse del mal que los adultos habían producido a “su especie” durante siglos-, y, sobre todo, por el parecido genético, a esos albinos de ojos claros de “El pueblo de los malditos”, aunque en “La cinta blanca” la inocencia de padres y otros adultos, su calificación de víctimas, no es aplicable, y el mal es un terráqueo, no tiene ningún componente alienígena.


Quedan, fuera del cine, pero dentro de este contexto y con mucha más enjundia y mayor surtido de matices, esos niños orwellianos que vigilaban las palabras que se escapaban del sueño de sus padres para delatarlos. Los perfectos “soldados”. Y aquí los adultos sí tenían algo que ver. Los niños de Haneke continúan esta estela –y no destripo nada, porque no van a ver una película que gire sobre “a ver quién es el malo”, el cine de este director no se suele basar en los “quiénes” –o se muestra claramente o se insinúa con poco lugar a equívocos durante los primeros minutos de metraje-, sino en “cómo” y en “porqué”. Y si me apuran hasta en “cuánto” (¿quién no lo ha pensado viendo “Funny Games”?; aquí también pueden preguntárselo).


La causa de esa fascinación y ese pánico producidos en el espectador por la maldad infantil, en un momento en que los sobados lugares comunes de la infancia –la etapa más feliz e inocente de la vida- han sido derrocados por el psicoanálisis y, si no se quiere recurrir a éste, por la experiencia y el sentido común, e incluso se ha llegado al extremo opuesto de “es que los niños son muy crueles”, quizás resida en que aún nos sorprende que no hay algo de lo que estemos completamente a salvo, que puede con nosotros alguien sobre quien creíamos poder y además es creación nuestra, lo hemos tenido dentro de nosotros como ese nonato que intentaba asesinar a su madre desde el útero en la película del oscuramente divertido Chicho. Psicología o filosofía barata aparte (las mías), ustedes verán.


En cuanto a la factura técnica: nada que reprochar. Destacan, por un lado, las excelentes interpretaciones y dirección de actores (la poca intervención que Haneke se achaca en este menester se me antoja un hipócrita exhibicionismo de humildad, y si es cierto lo que dice y la mayor parte del mérito se debe a los actores, deberíamos secuestrarlos) y, una característica del cine de este autor: la ausencia de música “de fondo”: aparece solo cuando los personajes la producen, y esto no quiere decir que en su cine no tenga importancia –véase “La pianista”-, pero nunca como instrumento externo, en cierto modo tramposo y deshonesto: sin él, el sonido y el ruido de la vida se amplifica, como el roce rugoso de la pluma del pastor sobre el papel. Y, si no lo creen, prueben: fuera los hilos musicales, los CDs o la radio de los coches, nada de auriculares en el transporte público, frente al ordenador de la oficina o cuando corren, nada de precipitarse a por la música nada más entrar por la puerta de casa o despertarse por la mañana: realidad pura.


Podría únicamente reprochársele al director, desde el lado artesanal, cierto preciosismo en las tomas, acrecentado por la sugerente fotografía en blanco y negro, pero no es posible: no es una herramienta efectista, sino necesaria, pues se ha roto con el usual vínculo simbólico –al menos en lo que a Occidente se refiere – de la perfección, el ideal absoluto, la belleza máxima, asociada con el bien, con la bondad: y cuando el paisaje es más hermoso, la nieve cuaja más, la piel es más clara, limpia y tierna, más luce el sol o el blanco –la suma de colores o su ausencia, según sea luz o sea pigmento- es más puro, más se aproximan los nudillos a la puerta. Toc, toc.



sábado, 12 de enero de 2013

El afilador (cuento cruel)

 

I

 
Llega el afilador
de vuelta a la ciudad.
En bici se aproxima
la rueda musical.
¡El hombre del cuchillo,
de la flauta de Pan!
Una niña, en su casa,
se quiere despertar:
han entrado en su sueño
tijeras de podar.
Corcheas aún escucha
cuando su madre está
abriéndole los ojos
con gesto de Piedad.

Ya la visten de rojo
aunque al bosque no va
y su abuela se ha muerto
y ella tiene papá.
Brinca, baila, suplica
algo para afilar;
le conceden cuchillos
con la punta hacia atrás.
Las vecinas la espetan
sin ninguna maldad:
"¡Cuidado en la escalera!
¿Pincharte no querrás?"
La madre las escupe,
haciéndolas callar:
"Corre hasta que revientes.
Los tiempos andan mal".

El padre se lamenta
consolado en un pub:
"Amenaza en el monte
la biodiversidad".

 
II

 
Se atusa los cabellos
el fauno afilador,
apoyado en su roca,
cantándole al amor.
Tiene cejas de vino
y patas de cabrón.
De pronto ve una niña
detrás del paredón.
Se le acerca con mañas
que pretenden pudor.
Otro dedo muy tierno
le toca el pantalón:
"Me manda mi familia.
Ayúdeme, señor",
y le muestra el cuchillo
de cortar el jamón.
Cien niñas se aproximan
con todo su calor.
Cien rizos de María,
cien flores de Saló.
El venerabilísimo
anciano del Tarot
habla consigo mismo
con voces de tenor:
Hoy no llora ninguna,
se sabrán la lección:
jugamos con las reglas
que me dicta mi dios.
Pero han venido muchas,
¿con tantas podré yo?
Será mi día de suerte:
¡No soy un perdedor!,
cuando en la espina siente
-la dorsal- un punzón
y grita como haría
un castrato sin col.

 
III

 
Charcutero frustrado        
en una bacanal
se sueña el afilante
cuando empieza a notar
el filo de la cuerda,
la presión del metal.

En el centro preciso
de un gigantesco hangar
se despierta desnudo,
sobre una plancha está
atado como carne
a punto de guisar,
y en el cuello un aviso:
la hoja de un puñal.

Las niñas le circundan
dibujando un altar,
hay otras detrás de ellas,
cientos, millares, más
debajo de su espalda,
cerca del techo, allá
empujan barandillas
con ganas de saltar,
una sobre sus piernas
le roza lo inguinal
(es la de la guadaña):
ante tanta beldad
el anciano excitado
comienza a despuntar.
Y la pequeña muerte
de un movimiento:¡Zas!
el pingajo sangrante
al perro se lo da.
Ante tal podredumbre
grita con claridad:
"Otra vez jovencitos
tendremos que amputar
y guardar en un tarro
las pollas de verdad".

"¿Por qué?", chilla el gorrino
a medio desmembrar.
"Queremos las manzanas
sin el soso de Adán.
Deshacernos de Zeus,
de Osiris y Jehová",
gritan todas las furias
aplaudiendo a rabiar
y le meten mazorcas
en el ojo papal:
"Es porque te queremos,
no tienes que llorar".

Le roban herramientas
y la piedra molar:
con ella su piel lijan,
le extirpan lo demás
y le cortan las venas
en longitudinal.
Juntan este botín
y los que no serán
de los afiladores
a medio desangrar:
(cuchillos que deshuesan,
que pelan, de trinchar,
que filetean, tijeras,
paneros, de forjar,
santokus, alabardas
y el hacha de mamá)
al bosque pueden ir:
armadas están ya
(y a la jungla, la guerra
y a un rito cultural).

Allí viven ahora
con bicis de afilar
pero no recolectan:
les fascina cazar
y a la presa le dejan
ventaja de animal
después de desvestirla
y a los perros soltar.
Los pueblerinos macho
asustados están:
el lobo yace muerto,
el centauro lo hará
y entre los altos árboles
en la noche lunar
si uno de ellos, ardiente,
se ha atrevido a pasar,
se oyen sus alaridos,
la rueda musical,
y resuena la flauta
de la felicidad.


Imagen: Museo Argentino del Juguete