domingo, 11 de marzo de 2012

Ha muerto una señora respetable



Ha muerto una señora respetable.
Austera, castellana,
los poros obstruídos de justicia.

Cayó por la escalera del 115.

La perseguía el fantasma de una rubia de bote.

Cada noche, se inclinaba en su boca, le exhalaba
el vaho oxigenado,
el carmín derretido,
el mechón suelto.

Era fácil su carne transparente,
albina de rezos y potajes;
la seguía
corriendo por todos los pasillos,
la alcanzaba
en puertas con el pomo al otro lado.

La dama tenía miedo
del rímel que huía de sus ojos,
espantado
por bolsas de resaca y raíces negras;
sentía pánico
por la verbena alcohólica
que gozaban sus labios, estallido
de piernas sebosas de deseo,
a fuerza de placer, erosionadas,
moldeadas a base de mordiscos.

La muerte, natural, fue de la dama.
Una rubia platino se suicida.

2 comentarios:

  1. Me encanta el verso 5 y el final. Estupendo.

    Antonia

    ResponderEliminar
  2. Es de lo que más me gusta a mí también. Muchas gracias, Antonia.

    ResponderEliminar